El asfalto se empapa de agua celestial. Adentro el suelo se llena de migas de torta frita acompañada con mate. La gorra que marca su cabeza se aleja donando adioses interminables. La paz llega pidiendo permiso. Toma una silla y se ubica junto a mi. Decide hacerme compañia. Se toma un mate y relata las peripecias que sobrelleva cada dia por sentarse junto al que lo necesita. Me cuenta que el domingo llenó de arena sus pies en busca de mujeres sin rostro, de hombres armados, de niños sin niñez. Por la noche el cielo brilló. La luz de la muerte se reflejaba en cada rincon e iluminaba cada rostro. Los estallidos eran incesantes. Pudo refugiarse debajo de un viejo arbol hasta que todo paso, por lo menos por esa noche. A la mañana siguiente decidio ir rumbo al norte americano. Alli no encontro mas que palabras sueltas y sin sentido. Pregunto el porque y solo escucho silencios.
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